La rosácea es una enfermedad inflamatoria de la piel de carácter crónico y cíclico. Se manifiesta en brotes, resultado de la combinación de rosácea e histamina. Se presenta generalmente a partir de los 30 años y suele afectar en mayor medida a mujeres.

Las personas que la padecen se ruborizan con facilidad y no solo como una respuesta emocional. Presentan un enrojecimiento permanente de la piel, telangiectasias faciales (capilares visibles) y sufren de sensación de ardor en la cara. En algunos casos pueden llegar a  aparecen lesiones similares a las del acné, que pueden derivar en comedones, úlceras y costras.

¿Qué es la histamina y qué relación tiene con la rosácea?

Aunque las causas que desencadenan los brotes de rosácea son múltiples y dependen de cada persona, diversas investigaciones apuntan a que tiene un origen autoinmune y que la histamina está involucrada en su aparición.

La histamina es un neurotransmisor, un compuesto químico que utiliza el cerebro para enviar órdenes desde las neuronas a diferentes partes del cuerpo. Colabora en funciones del sistema nervioso como son la memoria, el aprendizaje, el comportamiento sexual, la regulación del sueño y la temperatura corporal. Además, la histamina interviene en el funcionamiento de los sistemas cardiovascular, digestivo (principalmente en la digestión intestinal), locomotor e inmune.

De entre las muchas funciones de la histamina citadas anteriormente, nos centraremos en las relacionadas con el sistema inmune y sus repercusiones en la piel.

La histamina no solo se produce en el cerebro; también la sintetizan y almacenan los mastocitos, células del sistema inmune repartidas por todo el cuerpo. Los mastocitos son los primeros en actuar para defender cuando llega al organismo un agente extraño. Son, por tanto, los responsables de las reacciones alérgicas, que se dan cuando estos defensores consideran peligrosa una sustancia inocua (por ejemplo, el polen). Tratan de proteger el organismo de ella activando una respuesta inmune y liberan histamina en exceso.

A consecuencia de ello, se desencadena una respuesta inflamatoria en diversas glándulas y tejidos. Consiguen expulsar o neutralizar esa sustancia perjudicial, como son congestión nasal, irritación ocular y, como puede ocurrir en un brote de rosácea, picor y comezón en la piel, edema e incluso lesiones similares a las del acné.

Alimentos con histamina a evitar si padeces rosácea

Además de producirse naturalmente en el cuerpo, algunos alimentos contienen altas concentraciones de histamina. Su ingesta, por tanto, aumenta la probabilidad de sufrir un brote de rosácea. Algunos de los alimentos a evitar su consumo en la medida de lo posible son:

  • Vegetales ácidos como el tomate, los pimientos o las berenjenas
  • Ahumados, encurtidos y conservas: en ellos las concentraciones de histamina aumentan respecto de los mismos alimentos crudos
  • Frutos secos
  • Azúcar blanco
  • Picante
  • Frutas y verduras. Aunque en general son beneficiosas para la rosácea por su contenido en fibra, las espinacas, los cítricos, las ciruelas y las bananas tienen un alto contenido en histamina.
  • El pescado azul es rico en histamina, pero, por otra parte, posee cualidades antiinflamatorias por su contenido en omega 3, lo que puede beneficiar a los afectados de rosácea, dependiendo de cada caso.

Los siguientes alimentos, además de contener altas dosis de histamina, producen otros efectos que agravan la rosácea:

  • Bebidas alcohólicas: alteran la microbiota intestinal y aumentan la vasodilatación, agravando las manifestaciones de la rosácea.
  • Teína y cafeína: producen vasodilatación y son excitantes (el estrés empeora la rosácea).
  • Lácteos: agravan los procesos inflamatorios.

En conclusión, los detonantes de un brote de rosácea son de diversa naturaleza, pero el binomio rosacea histamina juega un papel importante en su aparición, tal como dice la ciencia. Mantener una dieta sana y equilibrada con alto contenido en fibra, beber mucha agua y limitar el consumo de los alimentos citados anteriormente es la clave.